4.4.13

PAIN.LOVE








Las adversidades son necesarias para encontrarnos a nosotros mismos en un mundo que lucha sin descanso por separarnos de nuestra propia esencia. El dolor es quien nos hace más pequeños y vulnerables, es quien nos devuelve la conciencia de todo lo que nos queda por ser, por hacer, por sentir.
Es quien nos devuelve al verdadero amor, cuando todos nuestros sentidos y nuestra razón se encuentran dañados y sensibles el amor es el alivio, aquello que provoca alivio en momentos sombríos puede que sea el mayor amor. Volver a la dulzura, el placer de concebir el valor de todo lo que nos rodea. Tal vez el olor a sal en la orilla, tal vez una mirada de soporte, quizá una mujer embarazada, quizá la caricia de un amigo que sentiste en otro momento perder. Alivios, tal vez alivios que olvidemos en otro momento de grandeza, que creo, debemos tener presentes. Debemos buscar la felicidad y hallarla, pero compararla siempre con la dureza del dolor, porque así seremos humanos. La insolencia, la prepotencia, la leve maldad dominan nuestras vidas sin pensarlo; lo superfluo, lo que no importa, lo que es efímero, reduce nuestra visión, y el mundo se achica, obviamos todo el dolor y el amor de los demás, cuando sólo el amor puede darnos la felicidad, la conciencia del amor en todas sus formas. No podría vivir sin todas esas personas que son el colchón sobre el que duermo todas las noches de mi vida. Y en mi existencia no quiero olvidar, jamás, el calor que me he ganado o me han regalado, porque si lo hago creo que me perderé. No quisiera llegar al día de mirar atrás y sentir que hay algo grande que me dejé por hacer. Echando la vista atrás veo que entristecí un tiempo demasiado largo para mi juventud y me dormí, sin ese dolor tal vez ahora no sería capaz de ser consciente de mi suerte, pero también sé que la tristeza me nubló la lucidez y que el tiempo que he perdido nadie ni nada me lo devolverá, jamás lo recuperaré. 

Van sucediéndose las etapas, las épocas, las temporadas, los episodios y las muertes. Las muertes que ahora me asustan y me desconciertan, que cada vez entiendo menos y no me desvelan qué hacer con el vacío y la congoja que me dejan; me aterra la muerte, no la mía, la de los demás. Me aterra sentirme sola en mi mundo, en el que tan pocas personas entran y se quedan, esa adversidad tan dominante que es la soledad. Ver pasando por este miedo y este sufrimiento a las personas que quiero me produce melancolía, me produce sentimiento de vulnerabilidad y también de expectación: quiero no volver a negarme a mí misma, quiero no volver a cometer el error de apuñalarme, y sobretodo, quiero y espero perseguir la luz de mi camino, que es también el de todos mis amores, mis cojines, mis ventanas, mis peldaños, mis espaldas, mis adornos, mis vidas, mi vida, mi gente.

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